Bueno chavalotes, aquí teneis el exámen a través del cual si aprovais recibireis:

- Un karnéh! del FBI (Federación de Borrachos Internacionales)
- Un pase para entrar a la casa invisible (si la encuentras)
- Una pegatina pa que pongas en tu ordenador (Papa no corras! bebe a bordo!)

Lo único que teneis que hacer es leer estos textos y ENTENDERLOS xD.

Texto1

Pero el arte, la ciencia, la filosofía exigen algo más: trazan planos en el
caos. Estas tres disciplinas no son como las religiones que invocan
dinastías de dioses, o la epifanía de un único dios para pintar sobre el
paraguas un firmamento, como las figuras de una Urdoxa, de la que
derivarían nuestras opiniones. La filosofía, la ciencia y el arte quieren
que desgarremos el firmamento y que nos sumerjamos en el caos.
Sólo a este precio le venceremos. Y tres veces vencedor crucé el
Aqueronte. El filósofo, el científico, el artista parecen regresar del país
de los muertos. Lo que el filósofo trae del caos son unas variaciones
que permanecen infitas, pero convertidas en inseparables, en unas
superficies o en unos volúmenes absolutos que trazan un plano de
inmanencia secante: ya no se trata de asociaciones de ideas
diferenciadas, sino de reconcatenaciones por zona de indistinción en
un concepto. El científico trae del caos unas variables convertidas en
independientes por desaceleración, es decir por eliminación de las
demás variabilidades, cualesquiera susceptibles de interferir, de tal
modo que las variables conservadas entran bajo unas relaciones
determinables en una función: ya no se trata de lazos de propiedades
en las cosas, sino de coordenadas finitas en un plano secante de
referencia que va de las probabilidades locales a una cosmología
global. El artista trae del caos unas variedades que ya no constituyen
una reproducción de los sensible en el órgano, sino que erigen un ser
de lo sensible, un ser de la sensación, en un plano de composición
anorgánica capaz de volver a dar lo infinito. La lucha con el caos que
Cézanne y Klee han mostrado en acción en la pintura, en el corazón de
la pintura, vuelve a surgir de tora manera en la ciencia, en la filosofía:
siempre se trata de vencer el caos mediante un plano secante que lo
atraviesa. El pintor pasa por una catástrofe, o por un arrebol, y deja
sobre el lienzo el rastro de este paso, como el del salto que le lleva del
caos a la composición. Las propias ecuaciones matemáticas no gozan
de una certidumbre apacible, que sería como la sanción de una opinión
científica dominante, sino que salen de un abismo que hace que el
matemático "salte a pies juntillas sobre los cálculos", prevea otros que
no puede efectuar y no alcance la verdad sin "darse golpes a uno y
otro lado". El pensamiento filosófico no reúne sus conceptos dentro de
la amistad sin estar también atravesado por una fisura que los
reconduce al odio o los dispersa en el caos existente, donde hay que
recuperarlos, buscarlos, dar un salto. Es como si se echara una red,
pero el pescador siempre corre el riesgo de verse arrastrado y
encontrarse en mar abierto cuando pensaba llegar a puerto. Las tres
disciplinas proceden por crisis o sacudidas, de manera diferente, y la
sucesión es lo que permite hablar de "progresos" en cada caso. Diríase
que la lucha contra el caos no puede darse sin afinidad con el
enemigo, porque hay otra lucha que se desarrolla y adquiere mayor
importancia, contra la opinión que pretendía, no obstante,
protegernos del propio caos.

Gilles Deleuze y Félix Guattari, Qu'est-ce que la philosophie?, París 1991

__________________________
Texto2

Toda obra de arte es un delito a bajo precio.
(...)

Con la felicidad acontece igual que con la verdad: no se la tiene, sino
que se está en ella. Sí, la felicidad no es más que un estar envuelto,
trasunto de la seguridad del seno materno. Por eso ningún ser feliz
puede saber que lo es. Para ver la felicidad tendría que salir de ella:
sería entonces como un recién nacido. El que dice que es feliz, miente
en la medida en que lo jura, pecando así contra la felicidad. Sólo le es
fiel el que dice: yo fui feliz. La única relación de la conciencia con la
felicidad es el agradecimiento: ahí radica su incomparable dignidad.

(...)

La división del trabajo, el sistema de funciones automatizadas, tiene
por efecto el que a nadie le importe nada el bienestar del cliente.
Nadie puede ya leer en su rostro lo que le apetece, dado que el
camarero ya no conoce los platos, y si se le ocurre recomendar alguna
cosa debe cargar con los reproches de haberse excedido en sus
competencias.

(...)

Dado que las más distantes objetivaciones del pensamiento se nutren
de los instintos, éste destruye con ellos la condición de sí mismo. ¿No
es la memoria inseparable del amor, que desea conservar lo que en sí
es pasajero? ¿No está cada movimiento de la fantasía producido por el
deseo que, al transferir sus elementos, trasciende de lo existe a lo
afectivo? ¿No está hasta la más simple percepción modelada por el
temor a lo percibido o el apetito del mismo? Pero con la objetivación del
mundo, el sentido objetivo de los conocimientos se ha ido
desprendiendo cada vez más del fondo instintivo; mas también el
conocimiento se detiene cuando su potencia objetivadora queda bajo el
hechizo de los deseos. Pero cuando los impulsos no están al mismo
tiempo conservados en el pensamiento, que se zafa de tal hechizo,
dejan de ser materia del conocimiento, y al pensamiento, que mata a
su padre, el deseo, le sobreviene en venganza la estupidez. La
memoria, en tanto no calculable, versátil e irracional, es declarada
tabú. Y la consiguiente disnea intelectual, que se consuma en la
pérdida de la dimensión histórica de la conciencia, inmediatamente
reduce la apercepción sintética, que, como afirma Kant, es inseparable
de la "reproducción en la imaginación", del recordar. La fantasía, hoy
atribuida al resorte del inconsciente y proscrita en el conocimiento
como rudimento pueril incapaz de juicio, es la que funda aquella
relación entre los objetos en la que inalienablemente tiene su origen
todo juicio: si se la excluye, con ello se está exorcizando el propio acto
del conocimiento que es el juicio

Theodor W. Adorno, Mínima Moralia. Berlín 1951
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