Diario de un Hacker cansado.
¿Quién dijo que los grandes hackers son de los EEUU o de los países orientales? Espero que esta historia contada por su protagonista sirva para hacer saber que en nuestro país también hay personas que, movidas por un afán de superación y una inquietud solo comprensible por los que la tenemos, hacen de la Red el mayor laboratorio del mundo, y que consiguen con su esfuerzo dar con los fallos que en la mayoría de las ocasiones, los magnates del negocio de la informática, no imaginarían ni en sus peores pesadillas.
Me gustaría también antes que nada agradecer a Mercé Molist, el artículo publicado en Ciberp@is el día 9 de Agosto de 2001 al que me remito.
H V C
No le gusta que lo llamen hacker: “Sólo soy el tuerto en el país de los ciegos, una persona con más inquietudes de lo normal, el alumno que cuestionaba lo que decía el profesor”. Pero, con 27 años, HVC tiene un currículo de intrusiones a sistemas que quita el hipo y un impresionante laboratorio casero, con seis ordenadores llamados Buitre, Halcón, Cóndor ó Águila. Su aventura es sorprendente, pero el camino no difiere del de la mayoría de los hackers. Ahora lo deja, pero antes quiere contar lo poco segura que, para él, es la red.
1983
Tuve mi primer ordenador, un Commodore, a los 9 años. Más tarde compré un Spectrum, pero mi madre lo vendió, consideraba que pasaba demasiado tiempo con él.
HVC en su laboratorio casero.
1994
Ingresé en la Escuela Naval Militar, en Pontevedra. Teníamos una asignatura de informática patética y unas cuantas máquinas en red. Mi única preocupación era intentar acceder a ellas. Pero no encajaba en el ejército, así que comencé los estudios de mecánica de Aviones. Mientras mis compañeros se preocupaban por entender como se arreglaba una avería, yo imaginaba situaciones límites y sabotajes. Parecía sencillo.
1997
Acabados mis estudios fui a Murcia y empecé Informática de Sistemas en la UNED. Pedí una beca y me la denegaron, fue una de las mayores decepciones de mi vida. No entendía que un trámite burocrático me impidiera estudiar algo para lo que me sentía totalmente válido. Y tomé la decisión de aprender solo. Si el Estado no me ayudaba, lo haría por mi cuenta.
Septiembre de 1998
La Universidad de Murcia se convirtió en mi centro de pruebas particular. Había conseguido un pase para las salas de ordenadores y me quedaba hasta que cerraban. Un día necesité instalar un programa, pero los encargados no me dejaron, aludiendo que necesitaba privilegios de administrador. Ahí empezó todo. Tras un mes de investigación y gracias a una contraseña débil, pude hacerme con un sistema. Era la primera vez que entraba de forma no autorizada en una máquina. La contraseña me permitía acceso físico a cualquier ordenador de la universidad, pero pronto desee más: quería hacerlo remotamente. Era como si algo me dijera:”puedes hacerlo...demuéstrales que puedes”.
Noviembre de 1998
El objeto de mi deseo era el PDC (Primary Domain Controller), el ordenador central. Ahí estaba la contraseña del Administrador y el control absoluto sobre más de 1.000 ordenadores. Se me ponía la piel de gallina sólo con pensarlo. Y les tendí una trampa: expliqué privadamente al administrador que había conseguido acceso no autorizado y le metí miedo. Cuando salí de la entrevista, corrí a espiar la red. Si el plan había funcionado, se conectaría al PDC para comprobarlo. Efectivamente, 20 minutos después capturé su contraseña, ya era mío.
Diciembre de 1998
Durante mas de cuatro meses pude acceder a casi todos los ordenadores de la universidad. Tenía una sensación de omnipotencia difícilmente explicable. Leía el correo de la gente, podía apagarles el ordenador remotamente...., llegué a hacerme con gran cantidad de información (material de investigación, proyectos, exámenes, claves) y desde allí accedí a otras universidades.
Primavera de 1999
Fui a Barcelona. Encontré empleo como técnico de sistemas. Arreglaba ordenadores y pronto estuve administrando sistemas. Tuve la oportunidad de conocer, desde dentro, como estaban organizadas las redes de las empresas. Pero mis jefes no veían con buenos ojos mi afición a la seguridad, porque les demostraba como podían saltarse las barreras que ellos instalaban. Así que hacía una doble vida: de día era un humilde técnico de sistemas, de noche investigaba y aplicaba lo aprendido en un entorno real: Internet.
Mi cuarto pronto se convirtió en un laboratorio de pruebas. Cuando aparecía una nueva vulnerabilidad, la probaba en mis máquinas y, cuando dominaba la técnica, la usaba para acceder a ordenadores. Ahora, mis objetivos eran la Administración Pública y las grandes empresas. En unos meses, entré en cientos de sistemas, solo para comprobar su seguridad. De todos los entornos que vi (un 90% en España), el menos cuidado era el de la Administración.
Otoño-Invierno de 1999
Entro en la Base de Datos de una gran constructora, con información sobre contratos, beneficios y proyectos de clientes. También accedía servidores web de medios de comunicación y a los directorios de un importante proveedor español, que alojaba más de 1.000 páginas web, entre ellas la de la Agencia de Protección de Datos. Mientras, encontré un nuevo empleo en otra pequeña empresa de servicios informáticos.
Enero de 2000
Me enviaron a una conocida ONG, donde el rendimiento de la red había disminuido, y descubrí algo extraño: un programa, instalado en varios ordenadores, que estaba generando un ataque a toda la intranet. Más tarde supe que lo había instalado un extrabajador de mi empresa, con el ánimo de vender una consultoría a la ONG: harían como que revisaban algo durante unos días, desinstalarían las herramientas que disminuían el rendimiento, todo volvería a la normalidad y el cliente, contento.
Abril de 2000
Entra trabajar en una conocida consultora y, por fin, me veo como Técnico de seguridad Corporativa. Aprovecho para aprender sobre programas comerciales: si conoces la última tecnología (empleada en banca, ISPs, etc) ya no hay límites. Para mi sorpresa y desgracia de los clientes, comprobé que las auditorías se asignaban a personajes que no eran muy expertos en intrusiones y hacking. Mientras, por las noches, seguía husmeando en sistemas, cada vez más gordos. Cuando accedo no suelo notificarlo, porque la experiencia me dice que no sirve de nada. Si el fallo era muy grande o el administrador dejaba el sistema abierto durante meses, marcaba la página. Hacer el ridículo es la única forma de hacer reflexionar, a veces.
Octubre de 2000
Me topé con el servidor web de una multinacional, donde estaban montando un sistema de comercio electrónico y no se le había ocurrido otra cosa que almacenar las claves privadas allí mismo. Había también un informe detallado de toda la infraestructura que se montaría. Les avisé marcando la página. Al día siguiente, la mayoría de las publicaciones electrónicas hablaban de ello, pero un mes después, la web seguía siendo vulnerable.
Noviembre de 2000
Buscaba información personal de mucha gente y se me ocurrió mirar en las empresas de trabajo temporal. Di con una que decía: “Tenemos una de las bases de datos más importante de Internet”. Hummmm..Conseguí entrar en la máquina, donde descubrí una base de datos de más de 70.000 currículos, con todo tipo de información. La página principal de su web decía algo sobre confidencialidad y la Ley Orgánica Reguladora del Tratamiento Automatizado de Datos (LORTAD). Que se lo digan a esas 70.000 personas.
Diciembre de 2000
Hacía tiempo que tenía ganas de probar suerte con los bancos así que, una noche busqué algunos no españoles para hacer pruebas. Accedí a dos, mientras miraba Crónicas Marcianas. Uno de Senegal y otro de Hawai, abierto de par en par, con los datos de mas de 2.000 personas que realizaban transacciones a través de su web. Increíble.
Enero de 2001
Una de las empresas informáticas con más facturación tenía un agujero en el servidor web. Les modifiqué la página y esperé. Dias después, habían arreglado el cortafuegos, pero no el servidor vulnerable. Me lo tomé como un reto. Invité a un amigo una noche y pensamos como saltarnos el cortafuegos para llegar al servidor. Fue la noche más emocionante de mi vida. Descubrimos que aceptaba cookies (pequeños ficheros de texto) y, ¡bingo!, forzamos al servidor a coger una, creada expresamente, que hizo aparecer en la web:”<intruso> 2 0”. Técnicamente fue muy interesante. Pero jamás apareció nada en los medios. Las empresas callan. Por eso los hackeos mas divertidos se hacen el fin de semana, cuando sabes que ningún administrador sabrá solucionar el problema desde casa y la página quedará marcada hasta el lunes.
Primavera de 2001
Mientras trabajaba en la consultora, fui haciéndome una idea de los errores típicos de sitios importantes. Una vez, instalaba un producto en un banco cuando vi que el cortafuegos tenía graves agujeros. Se lo comuniqué al encargado y sólo conseguí una bronca brutal. A veces, encuentras ordenadores fácilmente accesibles en lugares de alta tecnología o militares, donde se supone que deberían tomárselo en serio. Igualmente, puede pensarse que entrar en los sistemas de un banco es difícil. Nada más falso.
El problema es moverte por dentro, pero no entrar. Hoy en día hay métodos que funcionan en el 90% de los sitios.
Verano de 2001
Hace menos de tres meses deje la consultora. No estaba de acuerdo con su forma de actuar y me parecía una estafa. El mercado se está llenando de “expertos” salidos de la nada, con estupendos trajes y mediocres conocimientos de seguridad telemática. ¿Qué experiencia real en técnicas de intrusión tienen esos personajes? Normal mente ninguna.
Se necesita un ladrón para coger a otro ladrón y, eso, no lo enseña ningún catedrático.
Así termina el diario de un hacker que ha decidido retirarse, sus aportaciones al arte y la ciencia del hacking son muy valiosas, y por eso estoy seguro de que pronto volveremos a saber de él. Yo personalmente me quedo con la última frase de su relato.
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