Si vas a leer un solo artículo en la red hoy, decididamente deberías leer la entrevista que Forbes publica con The Dread Pirate Roberts, el anónimo gestor de Silk Road, el mercado negro clandestino más grande de la red.

The Dread Pirate Roberts es un nombre inspirado en la película "La princesa prometida", y correspondía a un capitán pirata que con cierta periodicidad cambiaba completamente su tripulación, transmitía el nombre a otro capitán, y se retiraba con su botín. La entrevista de Andy Greenberg en Forbes es un fantástico trabajo periodístico con una de las personas más difíciles de entrevistar del mundo, y un artículo fundamental para entender la naturaleza de Silk Road, como lo fue en su momento el publicado por Adrian Chen, de Gawker, "The underground website where you can buy any drug imaginable", el estudio académico "Traveling the Silk Road: A measurement analysis of a large anonymous online marketplace", de Nicolas Christin, o el exhaustivo estudio "Silk Road: theory and practice", de Gwern.

Acceder a Silk Road – detalles en Silk Road link – es solo posible a través de la red de anonimización Tor, y con bitcoins como única moneda válida en las transacciones. Lleva operando desde principios de 2011, y cobra un 10% por transacciones con un escalado descendente para las de importes más elevados. El sitio mantiene una actividad creciente que permite suponer una cifra de facturación más que respetable, pero las recientes vulnerabilidades y problemas relacionados con Tor o con los problemas derivados del uso de bitcoins (ya solventados) no han permitido a las autoridades desactivarlo, al menos por el momento.

La existencia y operativa de Silk Road son dignas de un caso de estudio, y permiten hacer algunas interesantes reflexiones académicas en torno a la red y al dilema del control. La era post-Snowden ha supuesto un antes y un después en el desarrollo de la red: por primera vez, la sociedad se enfrenta a la evidencia de que la red se ha convertido en un lugar en permanente escrutinio, en el que todo lo que hacemos, buscamos, decimos o leemos es susceptible de estar sujeto a vigilancia permanente. El simple hecho de enviar un correo electrónico sin cifrar es equivalente a poner en copia a todas las agencias de inteligencia gubernamentales del mundo.

El cifrado, siguiendo la tesis sostenida por Julian Assange en "Cypherpunks", parece por el momento la única salida para salvaguardar nuestra privacidad o nuestra seguridad, y una salida casi natural que las las autoridades intentan por todos los medios desactivar de alguna manera. Pero con el cifrado, surge el dilema del control que Silk Road escenifica perfectamente: entre proteger valores como la libertad de expresión o la privacidad, y permitirlo absolutamente todo, ¿dónde resulta recomendable quedarse? Confrontados con esta disyuntiva, la mayor parte de los ciudadanos biempensantes parecen inclinarse por un cierto nivel de control, ejercido con una serie de contrapoderes que lo balanceen y que eviten los problemas derivados de un mal ejercicio del mismo. Si nos referimos al tráfico de sustancias estupefacientes, las posiciones son, por lo general, más equilibradas, con importantes defensores de la vía de la tolerancia y despenalización con argumentos sin duda muy convincentes. Pero en cuanto tocamos otros temas convertidos por las autoridades en auténticos “jinetes del Apocalipsis” con los que plantear argumentos en favor del control, tales como el terrorismo o la pornografía infantil – el tercero, la protección del copyright, ya se identifica pura y simplemente con la defensa de simples intereses comerciales – los argumentos se diluyen algo más.

Plantear una red que funcionase íntegramente cifrada, al margen de toda autoridad centralizada incluso en la gestión de los nombres de dominio, y en la que las transacciones se desarrollasen utilizando una cryptocurrency como Bitcoin empieza a ser técnicamente posible. Pero en este caso, ¿hablamos de un posible sueño de libertad o de un infierno relleno con las miserias más aterradoras de la naturaleza humana? El actual escenario nos conduce a la idea de que el control mal ejercido puede acabar llevándonos a un escenario prácticamente orwelliano en el que muy pocos desean verse.

Pero esos mismos que lo temen, manifiestan igualmente prevenciones ante uno de libertad total no sujeto a restricción alguna. Décadas de sociedades gestionadas democráticamente parecen indicar que el problema no está en el control por parte de un poder determinado, sino en la ausencia de un juego de separación de poderes, controles y contrapesos adecuado: la gran mayoría de los problemas que nos han llevado a vivir hoy en día en una especie de estado de excepción provienen de la eliminación de esos controles y contrapesos derivada de una circunstancia, el terrorismo, que supuestamente así lo aconsejaba, en una decisión que nunca tanto como ahora parece recomendable revisitar. Sin duda, una reflexión informada en torno al fenómeno de Silk Road puede ayudar a muchos a pensar sobre los balances existentes en este crucial dilema.

Fuente: Enrique Dans